luna creciente

Nací bisexual porque eso de elegir nunca se me ha dado bien.
No puedo permitirme descartar a la mitad de la población
(la mayoría ya se encarga solita de que eso termine ocurriendo).

Nací bisexual, que no promiscua (eso ya es otra historia).

Nací bisexual, lo que significa que ser indecisa, posar haciendo el símbolo de la paz cada vez que aparece una cámara, tener más anillos que dedos o llevar media melena con la raya en medio no me lo enseñó nadie.
(Lo de guarra sí que tuve que ir aprendiéndolo.)

Nací bisexual porque no me quedó otra
(aunque no os mentiré: si pudiera elegirse, seguiría siéndolo).

Nací bisexual. Tuve que seguir mis propios pasos, ser a la vez mi maestra y mi mejor alumna y actuar como la referente que no sabía que necesitaba.

Nací bisexual y me empecé a fijar en los chicos cuando aún carecía de memoria
(parece que le cogí gusto al disgusto, porque desde entonces no paré).

Nací bisexual, me enamoré de mi mejor amiga a los quince, me rompió el corazón a los dieciséis, me recompuse a los diecisiete, se lo conté a mis amistades, pasó el tiempo, alcé mi bandera, paseé mis colores, me volví a enamorar a los diecinueve (esta vez fue correspondido), me presenté a mis familiares, me grité a los cuatros vientos, me tatué en las entrañas, me fui haciendo mía, me fui haciendo yo.

Nací bisexual,
fui una niña que besó a otras niñas sin entender aún lo que era un beso,
fui una chica que pensaba en otras chicas sin entender aún lo que era el deseo,
fui una adolescente que lloró por otra adolescente sin entender aún lo que era el amor;
y ahora, que cargo con dos lustros y pico bajo cada brazo,
soy una joven que besa a otras jóvenes pero que sigue aprendiendo
qué es un beso, qué es el deseo, qué es el amor.

Nací bisexual, probé muchos labios y algunas lenguas
y quise repetir (algunas bocas más que otras)
hasta que lo nuevo se convirtiese en costumbre.

Durante estos agridulces años rebosantes de despertar sexual e introspección,
se me ha ido abriendo el cuerpo como si del capullo de una flor se tratase
y el tiempo imitase a un cálido amanecer:
el corazón a los quince, los brazos a los dieciséis, los ojos a los diecisiete,
la boca a los dieciocho, las piernas a los diecinueve…
(Desde entonces, el sol sigue ahí arriba y nada se ha vuelto a cerrar.)

Nací bisexual.

Y la única fase con la que me identifico es con una eterna luna creciente.

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