Autobiografía: primer intento

[Hace poco empecé a leer a Gloria Fuertes, quien escribió tropecientos poemas titulados "autobiografía", en los que hablaba de sus vivencias con ternura, humor y crítica social. En el texto de hoy, mato a dos pájaros de un tiro: la homenajeo a ella y aprovecho para hablar de mí.]

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Nací en el dos mil en punto, la noche de un lluvioso sábado que cayó en víspera del Domingo de Ramos. Un cura me regaló una ramita de olivo, pero yo igualmente terminé saliendo atea.

Soy de un pueblo marismeño, de nombre largo y compuesto que no lleva zeta, pero tiene muchas en su acento. Se encuentra a media hora en coche de la capital y a una de la playa (si existiera un Booking de localidades, la mía tendría un 10 en ubicación).

Tengo una familia medianamente estructurada y más normativa que yo, en la que tuve que aprender a ser, de les niñes, la mayor: dos padres que se siguen queriendo, un hermano pequeño probablemente más inteligente que yo, una prima que cuando crecimos dejó de ser mi amiga, un tío egoísta, un primo facha y otro otaku, una prima que toca tres instrumentos, dos tías que fueron mis niñeras, un abuelo panadero, otro abuelo que fabricaba camiones pero nunca pudo ir a la escuela, una abuela sorda y diabética y otra abuela muerta a la que aún le debo un poema.

En el colegio, estuve apuntada al aula matinal y al segundo turno del comedor. (Tenía la suerte de tener padres con trabajos estables, pero la desgracia de tener padres que trabajaban, desde los ojos de una niña pequeña, demasiado.)

En el instituto, gané concursos e inseguridades. Mi mejor amiga me abandonó. (Aprendí por las malas que la gente puede marcharse sin dar explicaciones.) También me enamoré de un par de capullos y salí con un chico medianamente decente al que terminé dejando porque de él, desgraciadamente, no estuve enamorada.

Tengo dos amigas a las que no tengo que contarles mi pasado porque hemos tenido la suerte de vivirlo juntas desde el principio. Al resto de mis amistades también las quiero con toda mi alma y estaré encantada de contarles una recopilación de las mejores anécdotas de mis primeros años de vida, así como de escuchar las suyas.

Soy fiel a mi gente, a mis principios y al primer tono de llamada que me puse allá por el 2013. (Que tenga el móvil siempre en silencio ayuda a que no me canse de la melodía.)

Descubrí el amor al nacer; la sexualidad, muy temprano; la bisexualidad, con dieciséis; el amor romántico correspondido, con diecinueve; el poliamor, con veintiuno; y el autoamor radical, con veintidós. Tengo una exnovia buena y otra mala (o, como diría Rocío, una mala y otra peor). Sigo con la manía de pillarme de mis amigos, así que uso apps para ligar con la esperanza de romper algún día esa maldición. A pesar de la imagen que me he ido construyendo, soy más romántica que guarra (lo que más me gusta del sexo son los besos, pero aún no me he atrevido a decir eso en voz alta). Me han roto el corazón varias veces, aún me estoy recuperando de la última. He escrito un poema en el que grito que ya no creo en el amor, pero yo sé, al igual que lo saben quienes me conocen, que sigo tan enamorada de él como antes.

Los años han hecho que le coja miedo -entre otras cosas- a la muerte, al abandono, a la pérdida, al olvido, a la oscuridad prolongada, a los finales, a perderme, al frío que no se va, a que se me caiga un bebé al suelo y a caerme yo también.

Con dieciocho casi pierdo un tobillo, con veinte casi pierdo un pulgar y con veintidós casi pierdo la cabeza. Estoy deseando averiguar la casi pérdida de los veinticuatro.

Mi identidad la componen las palabras mujer, andaluza, gorda, bisexual, poliamorosa y artista. Aún no me queda del todo claro si me dibujaron así o me lo fui buscando yo solita.